sábado, 22 de mayo de 2010

Quiero beber hasta perder el control

Una vez más, me despierto en medio de la noche. Deben ser las 5, y los recuerdos maleducados no me dejan dormir. Abro la ventana, creo que voy a morir asfixiada. El calor veraniego se acentúa cada vez más, y entonces caigo en la cuenta de que he dormido con el edredón. Será que no quiero quitarlo porque es otra de esas cosas que me hacen recordar. Me levanto de la cama, aún a oscuras. Me acerco al comedor, dónde aún están los restos de la cena de ayer, los recojo, ausente, sin pensar. Cojo una chaqueta fina, mi pijama demasiado escaso me ha recordado que sin estar debajo del edredón aún hace fresco.
Sentada en ese sofá, miró por la ventana. La calle está desierta, demasiado tarde para ver gente de fiesta, y demasiado pronto para que alguien empiece su mañana. Veo el paquete de tabaco de mi padre, y me pregunto por qué no fumo. Tal vez me sentiría mejor con un cigarro en la boca, y con cada calada se iría la pena con el humo. Me pregunto qué soy, quién soy y qué es lo que se supone que debo hacer ahora. Juego con un rizo rebelde entre mis dedos. Me como las ganas de hacer una llamada en medio de la noche. Barajo la posibilidad de vestirme rápido, bajar a un bar, y pedir un vodka con hielo. Bebérmelo de golpe, y pedir que rellenen mi vaso una y otra vez. Empezar a notar como la cabeza se me va, como ya no pienso tanto. Puedo imaginarlo, veo como en ese bar aparece ese rostro tan hermoso, veo un beso, con sabor a hielo, con sabor a alcohol, con sabor a realidad. Pero entonces el camarero me echa del bar, dice que ya tiene que cerrar. Y ese rostro perfecto que dio nombre al Bernabéu desaparece de mis manos.
Un ruido me sobresalta. No he bajado al bar. Sigo en el sofá, imaginando todavía que en un bar imaginé sus facciones cinceladas de una forma demasiado perfecta para ser reales. Y dejando la chaqueta en su sitio, vuelvo a mi habitación, retiro el edredón y trato de encontrar de nuevo el sueño que me había abandonado.

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