martes, 24 de mayo de 2011

Stone.


Desgaste. Como dos piedras que chocan entre sí movidas por la corriente. Rozan entre sí hiriéndose, desgastándose, haciéndose más pequeñas con cada nuevo embate. Otro golpe. Más pequeñas aún. Cantos que pierden sus esquinas, que pierden el rumbo, que se marean y no saben seguir. Cambian, cantos rodados que no pueden herir porque ya han hecho bastante. Lisos, sin imperfecciones, que solo pueden rodar una y otra vez, acariciándose, sin darse cuenta de que eso también les desgasta físicamente. ¿Es que nadie puede apiadarse? ¿Por qué nadie los libra del suplicio? ¿Acaso no son hermosos también cuando han cambiado? Ni si quiera las rocas son lo suficientemente duras como para mantenerse eternamente, son vulnerables, como yo. Son vulnerables como tú. Como nosotros. Como todo. Y necesitan tu ayuda. Sácalas del agua antes de que mueran ahogadas. Porque esa es la sensación. Ahogo. Como si nadie ni nada pudiera ya salvarte.

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