miércoles, 16 de octubre de 2013

Prometeo.

Me retorcí de dolor cuando hundió su pico en mi hígado de nuevo, en esa tortura que parecía no tener nunca fin. Traté de liberarme pero fue inútil, las cadenas me amarraban a aquella roca con demasiada fuerza. No había escapatoria, solo sufrimiento.

Ahora lo sabía, nuestra existencia es como aquella vieja disputa entre dioses, aunque no hay águilas y es el corazón el que languidece con dolor sin llegar a morir nunca del todo. La vida son las cadenas, insoportables, fuertes, obligándonos a seguir aguantando aunque ya no queramos. Hasta que llegue el momento de la liberación, ya sea porque toca o porque decidimos que para aguantar tanto dolor, es mejor morir de jóvenes.


Enviado de Samsung Mobile

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